miércoles. 08.05.2024
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Adolfo Suárez en el Congreso.

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La dimisión como presidente del Gobierno de Adolfo Suárez supuso una convulsión política que muchos historiadores sitúan como el fin de la transición. “Hay momentos –afirmó- en la vida de todo hombre en los que se asume un especial sentido de la responsabilidad. Yo creo haberla sabido asumir dignamente durante los casi cinco años que he sido presidente del Gobierno. Hoy, sin embargo, la responsabilidad que siento me parece infinitamente mayor”. Y algo que era la clave de esa dimisión: una referencia a que la democracia fuese “una vez más, un paréntesis en la historia de España". La víspera de su dimisión, fue a Zarzuela a comunicar su decisión al monarca. Al salir de su despacho, comentó a Fernández Campo, jefe de la Casa Real: "Sabía que tenía enfrente a los militares, a la oposición, a mi partido, pero ahora, Sabino, sé que tengo también al rey en contra mía". Suárez había comprendido que el entramado de la transición que él había coadyuvado a vertebrar tenía unos límites muy sensibles y que se fundamentaban en la reflexión napoleónica de que lo importante es que los pueblos se creyeran que eran libres, no que lo fueran. Suárez pensó, quizá ingenuamente, que la transición era para superar el franquismo, no para perpetuarlo, algo que no le consintieron los poderes fácticos del sistema que eran casi todos. ¿Es posible gobernar democráticamente en un régimen tóxico donde la vida pública es mendaz y felona?

Existe una importante desazón democrática con los derroteros judiciales en España mediante el lawfare vertebrado mediante bulos y movimientos de las cloacas

Hogaño, en relación a la misiva del presidente del Gobierno, los que manejan el puppet thread saben que es necesario que los ejecutivos no dependan de las urnas, sino de un poder judicial beligerante, unos mass media solícitos, la dialéctica espuria de la posverdad y una oposición difamadora y autoritaria.  Existe una importante desazón democrática con los derroteros judiciales en España mediante el lawfare vertebrado mediante bulos y movimientos de las cloacas sufriendo todo ello partidos independentistas, progresistas y políticos como el propio Sánchez, Pablo Iglesias, Irene Montero, Mónica Oltra, Ada Colau, Alberto Rodríguez; Pisarello, Asens y los comuns; Victoria Rosell… etc. Muchos de los señalamientos también implicaban a la familia de los afectados.

El presidente del Gobierno puede presentir, como Adolfo Suárez, y por todo los aludidos precedentes, de que la democracia se haya convertido, una vez más, en “un paréntesis en la historia de España”. Pedro Sánchez tenía la oportunidad, siguiendo las demandas de la militancia expresada en las primarias que lo pusieron por segunda vez al frente del PSOE, de representar una auténtica alternativa a la deriva autoritaria conservadora y asumir las grandes reformas estructurales desde identidades democráticas. Sin embargo, ¿es esto posible con la sustancia autoritaria del posfranquismo, acumulada en un régimen de poder no corregido y, por tanto, con un Estado sin reformar que se compadece con unos intereses universales minoritarios y ajenos, cuando no contrarios, a los de las mayorías sociales? Lo cierto es que todo ello afecta a la cualidad democrática del sistema que decae hasta convertirse en una fantasmagoría, que diría Ortega. Pedro Sánchez tiene el derecho moral y político de plantearse si es posible y merece la pena intentar gobernar democráticamente en un entorno estructural cada vez menos democrático. Es lo que hizo Adolfo Suárez y en eso radicó su grandeza ética y humana.

Suárez/Sánchez, la dignidad democrática